jueves, septiembre 21, 2006

La pregunta por el sentido de la vida (y IV)

Compartir la vida con los otros
(Continuación de La pregunta por el sentido de la vida III)

Todo lo que se ha dicho hasta aquí tiene, pues, un corolario: encontrar el sentido de la vida no es una tarea que puede realizarse en solitario. En primer lugar, porque las tareas que llevan a cabo los propios ideales uno las emprende no tanto porque se le ocurran espontáneamente como porque otros le ofrecen la oportunidad de realizarlas, o al menos le ponen en el camino de entusiasmarse con ellas y llegar a convertirlas en el propio proyecto vital. Las tareas que llenan la vida surgen muchas veces de oportunidades encontradas y aprovechadas. Cuando uno tiene una oportunidad y no la aprovecha, la pierde, quizá porque no se da cuenta de su alcance.

En segundo lugar, el sentido de la vida se encuentra más fácilmente cuando existen unos bienes comunes que se comparten con quienes están unidos a nosotros. Cuanto más profundamente unidos estemos con ellos, tanto más rico es ese compartir, y tanto más nos enriquecemos, tanto menos solos nos quedamos. La compañía de los demás, vivida como amistad, ayuda, amor o participación en tareas comunes, ayuda a sentirse útiles, comprendidos, apoyados y beneficiados por la tarea común que a todos nos reúne y en cierto modo nos protege.

Quienes tienen un vivo sentido de la presencia de los demás en su vida, quienes hacen de ella una conversación continuada y una tarea vivida en compañía, tanto menos están en peligro de que la pregunta por el sentido de la vida les atenace, tanto menos posibilidades tienen de sucumbir a su propio fracaso y quedarse paralizados, en aquella situación que al principio se dijo que era la causante de que surja la pregunta por el sentido de la vida, esa pregunta que no surge cuando las cosas nos van bien, en compañía de otros, porque entonces tenemos una clara justificación para nuestros esfuerzos.



# 28 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General
(The Meaning of life) & PSN - El sentido de la vida - Categoría: Relaciones interpersonales

La pregunta por el sentido de la vida (III)

Las tareas que llenan la vida
(Continuación de La pregunta por el sentido de la vida II)

Como es fácilmente imaginable, el sentido de la vida se encuentra cuando ésta tiene un contenido y un "argumento" que le dé emoción, intensidad y recompensa. Ese contenido se obtiene en primer lugar de lo que antes se aludió: una tarea esforzada, vivida ilusionadamente, en pos de los valores, ideales y objetivos en los que se cifra nuestro proyecto vital. Si el trabajo es eso, entonces se justifica por sí mismo, e incluso puede vivirse de una manera ilusionada, puesto que pasa a ser parte de una obra propia, que es aquello que uno lega al mundo y a los hombres de su tiempo, como hace un artista, un escritor o un ingeniero, y como puede hacer cualquier profesional con el fruto de su trabajo.

Pero en segundo lugar, y en mucha mayor medida, el sentido de la vida se encuentra en aquellas personas a quienes uno destina todo lo que es capaz de hacer, sentir y amar. Quien tiene un amor en la vida ya ha encontrado el sentido de ésta: sólo falta que la persona amada corresponda a nuestro amor para que el flujo recíproco funde un ámbito de vivir ambos ilusionados e incluso enamorados. La persona amada es la destinataria de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, porque lo que con ellos consigamos, y la misma lucha de conseguirlo, se convierte en don que se otorga a la persona amada para hacerle el bien, para que ella sea feliz.

Lo más alto y lo más profundo de lo que el hombre es capaz es el amor correspondido. No hay ninguna otra cosa que llene más la vida y la intimidad, ni siquiera la grandeza de legar a los hombres una gran obra. Ni el poder, ni el dominio sobre la naturaleza, ni la posesión de una gran ciencia, ni el desarrollo de la propia creatividad artística son capaces de dar lo que nos da la sonrisa de la persona que nos ama. Vale más destinarse a una persona que poseer sin ella todo el universo. Por eso, el mejor aprendizaje para encontrar el sentido de la vida es aprender a amar, algo bien distinto a simplemente "sentir que se ama", puesto que amar es tratar bien a la persona amada, tratarla como ella se merece, darle lo que le hace feliz, y eso es algo que implica un modo de comportarse muy específico, que es el que verdaderamente funda sobre un cimiento sólido el puro sentimiento del amor.



# 27 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General
(The Meaning of life) & PSN - El sentido de la vida - Categoría: Relaciones interpersonales

La pregunta por el sentido de la vida (II)

La pérdida del sentido de la vida
(Continuación de La pregunta por el sentido de la vida I)

Tener objetivos claros es el primer requisito para trazarse proyectos de vida que consistan en alcanzar los fines, valores e ideales que queremos hacer nuestros. Quien carece de fines para la propia vida carece también de proyectos para llegar hasta ellos. En consecuencia no tiene ninguna tarea que llevar a cabo. La ausencia de proyectos vitales origina desocupación, falta de tareas sentidas como propias. A lo sumo, el trabajo entonces es una especie de obligación forzada, que uno se ve obligado a realizar sin ganas, e incluso contra su voluntad. Además, la ausencia de proyectos y tareas vividas como propias genera algo que es el terreno donde acontece la pérdida del sentido de la vida: la falta de ilusión.

Quien no sueña, no desea, no anhela realizar sus pretensiones, quien no sabe lo que es vivir ilusionadamente, ése fácilmente se encontrará, al despertarse por la mañana, con un panorama gris, mortecino, que fácilmente induce al hastió, al asco y al deseo de huir hacia un mundo donde se den esas ilusiones que ahora faltan y que son el verdadero motor de las tareas y las vidas humanas. Sentir al levantarse que lo que nos espera es la infelicidad, estar a disgusto, enfrentarnos a tareas que nos resultan odiosas: esa es la situación desde la cual no se encuentra que sentido tiene vivir una vida así. Lo cotidiano resulta entonces feo, sucio, sin atractivo, y uno le vuelve la espalda: no querría siquiera salir de la cama, no se ve que valga la pena.

En esa situación caben dos opciones. La primera es confirmarse en la idea de que, en efecto, una vida así no merece la pena ser vivida. La consecuencia inmediata es la caída en un estado de pesimismo que paraliza a la persona y la llena de amargura y disgusto interiores: es una especie de "quedarse en la cama". Si ese estado de ánimo se hace permanente, y la persona no encuentra la salida de él, puede sobrevenir una cierta desesperación ante la vida, e incluso el deseo de que ésta acabe cuanto antes, puesto que vivir así es bastante horrible.

La gama posible de las actitudes desesperadas, pesimistas y amargadas es muy grande y variada, y hay mucha gente que se encuentra sumida en ellas, sin saber como superarlas. El grado mas extremo es la pérdida del deseo de vivir, que puede llevar incluso al intento de anulación de la propia vida. Pero una actitud tan desesperada no es lo ordinario. Es más normal el convencimiento de que el fracaso es inevitable, o la idea de que nada vale la pena, de que todo esfuerzo es inútil ante un destino inexorable. Incluso cabe llegar a pensar que la vida es absurda, y que lo mejor es vivir como si creyéramos en algo para no tener que enfrentarnos con el vació de sentido que hay en el mundo.

Estas soluciones son las que responden negativamente a la pregunta por la existencia de la felicidad y del sentido de la vida: ni una cosa ni otra son posibles, ni tiene sentido buscarlas. El hombre, según ellos, solo puede ser feliz en la medida en que olvida este fondo oscuro y sombrío de la existencia. Se trata de una postura muy amarga, que convierte la tarea de vivir en una carga insoportable. Por eso poca gente acepta permanecer en esta actitud. Incluso a veces hacerlo tiene algo de patológico.

La segunda solución, aunque resulta ser más "casera" y realista, se parece un poco a la anterior, aunque no tiene la carga pesimista de aquella: consiste en poner entre paréntesis la vida cotidiana e inmediata y dedicarnos a olvidarla, a mirar hacia otro lado mientras la vivimos. Es la situación de las personas que en el fondo están descontentas consigo mismas y con lo que hacen: lo cotidiano les llena de malhumor. En tal situación la salida más evidente es huir de uno mismo y de la vida que se está viviendo. La manera mas fácil es buscarse mundos alternativos, o volcarse en la exterioridad, fragmentarse en mil pequeños momentos de diversión, de un "pasarlo bien" que es pura exterioridad, fuera de lo que uno verdaderamente es. Es la vida frívola, atomizada, dedicada a explotar la felicidad momentánea que dan los placeres de la vida, grandes y pequeños, legítimos e ilegítimos.

Sin embargo, esta solución deja en hueco el fondo de la vida, y no resuelve el problema de la propia identidad. El destino de tales personas parece cifrarse en olvidar quienes son en el fondo y de verdad. Esa es una pregunta que no interesa: no hay que buscar "interioridades", sino "exterioridades" que ayuden a tapar asuntos para los que no hay respuesta.



# 26 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General
(The Meaning of life)

La pregunta por el sentido de la vida (I)

Por Ricardo Yepes Stork

La pregunta por el sentido de la vida no suele plantearse mientras todo va bien, sino precisamente cuando se quiebra la ilusión de que, en efecto, todo va según nuestras previsiones, de que las cosas nos salen conforme a lo que queríamos. Y es que la realidad es tozuda y se empeña en quitarnos la razón y en darnos disgustos, problemas y dificultades que nos cansan, nos abaten e incluso nos quitan la ilusión de seguir luchando. En suma, la experiencia del fracaso, algo que no podemos evitar, es la que nos plantea la pregunta por el sentido de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, y en definitiva de nuestra vida. Así es como ordinariamente surge la cuestión.

Vivir es una tarea esforzada. Esto no hay que verlo como una cosa rara, que no debería ser así. Es así, y que lo sea en cierto sentido es natural, puesto que se da siempre en todo ser vivo, y en todo hombre, una cierta "lucha por la vida". Vivir es ya un éxito continuo de la vida, frente a la amenaza de los peligros, las enfermedades, la falta de recursos y la muerte misma. El mismo fenómeno biológico de la vida es ya un esfuerzo continuamente coronado por el éxito. Por eso no debe extrañarnos que las cosas sean difíciles y cuesten trabajo.

Lo que el hombre necesita para encontrar sentido a su vida es tener una justificación para sus esfuerzos, es decir, disponer de un objetivo y un fin claros, a cuya consecución se dedica la tarea de vivir y de llenar un día y otro de trabajo. Cuando se tienen objetivos claros para la propia vida, los esfuerzos se ven como parte del camino que hay que recorrer para alcanzarlos, y por tanto luchar tiene entonces un sentido muy claro: llegar a donde queremos.




# 25 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General
(The Meaning of life)

martes, septiembre 19, 2006

Non si può uccidere, neanche per pietà

Intervista al professor Mario Palmaro, filosofo del Diritto.
ROMA, giovedì, 28 settembre 2006 (ZENIT.org).- Ha destato molto scalpore la lettera aperta, inviata mercoledì 21 settembre al Presidente della Repubblica Giorgio Napoletano, in cui Piergiorgio Welby (malato di distrofia muscolare progressiva), Co-Presidente dell’Associazione Luca Concioni, chiede di porre fine alla sua vita con quello che ha definito un “diritto all’eutanasia”.

Nella risposta, il Presidente della Repubblica ha auspicato un dibattito parlamentare. La vicenda ha suscitato una infinità di reazioni ed un dibattito tra contrari e favorevoli all’eutanasia.

Per cercare di fare il punto sulle implicazioni morali e legislative della vicenda, ZENIT ha intervistato il professor Mario Palmaro, docente di Filosofia del Diritto presso l’Università Europea di Roma e docente di Bioetica all’Ateneo Pontificio “Regina Apostolorom”.

Il professor Mario Palmaro ha già trattato in maniera approfondita il tema, nel volume “Piccolo Manuale di Apologetica 2” – (Piemme 2006, pagg. 204, Euro 12,50).

La TV ha mostrato le immagini di un paziente in stato vegetativo persistente. Che senso ha vivere in quelle condizioni? Non è forse meglio morire che vivere così?

Palmaro: Queste parole dimostrano che il problema, nel dibattito sull’eutanasia, nasce da una domanda sbagliata. La questione non è: è meglio stare bene o stare male? essere sani o precipitare nel coma? Perché è ovvio che, messe le cose in questi termini, chiunque risponderà: molto meglio vivere nella pienezza delle proprie facoltà e funzioni. Ci mancherebbe. La vera domanda è un’altra: che cosa è lecito fare all’uomo di fronte a una malattia grave, a una menomazione, a un handicap, e a qualsiasi situazione di grave compromissione della salute? Si può uccidere per pietà? Questa è la domanda giusta.

D’accordo. Allora chiedo: perché non si dovrebbe sopprimere chi sta molto male, e magari desidera la morte?

Palmaro: Non si può uccidere mai una persona innocente, nemmeno se lei stessa lo desidera. Non c’è ragione al mondo che renda buona un’azione simile. Questo giudizio non dipende necessariamente da una concezione religiosa, ma è un elemento fondamentale della nostra civiltà giuridica. Gli esperti la chiamano “indisponibilità della vita”, e sta a indicare che non si può disporre a piacimento della vita dell’uomo. Non solo di quella altrui, ma perfino della propria.

E allora, come la mettiamo con il suicidio?

Palmaro: Il suicidio è un atto illecito, anche se l’ordinamento non lo punisce per ovvie ragioni. Togliersi la vita è un atto grave non solo sul piano morale, ma anche nella prospettiva giuridica. Infatti, la nostra vita è immersa in una rete di relazioni, e non possiamo dire che ucciderci è una faccenda che riguarda soltanto noi. Inoltre, togliersi la vita è un atto che comporta la negazione dell’essere. E’ l’affermazione che è meglio non vivere piuttosto che vivere. Imboccare questa strada significa contraddire un principio elementare dell’esistenza, secondo il quale tutto nell’uomo chiama alla vita, e normalmente si fa di tutto per salvare una vita, entro i limiti del lecito.

Del resto, mi chiedo: perché allora esiste nel codice penale di molti Stati il reato di “istigazione al suicidio”? Se il suicidio fosse un atto perfettamente lecito, consigliare qualcuno e perfino aiutarlo non sarebbe un male. Non esiste il reato di “istigazione all’elemosina”. Dunque, ammazzarsi non è una faccenda privata.

Ma, la libertà individuale dove va a finire con questo ragionamento?

Palmaro: Un uomo è in piedi sulla spallina di un ponte e sta per buttarsi giù. Intorno a lui poliziotti, infermieri, semplici cittadini tentano in tutti i modi di impedirglielo. E, se riescono, lo bloccano con la forza, contro la sua volontà. Perché lo fanno? Non dovrebbero rispettare la libera volontà di quell’uomo? Potrebbero per esempio verificare se ha dei buoni motivi per buttarsi giù. Potrebbero fargli firmare un modulo di consenso informato per “sgravarsi” da qualsiasi responsabilità. Perché non fanno nulla di tutto questo? E’ semplice: perché la vita è giuridicamente percepita come un valore intangibile, e la società tenta di impedire perfino il suicidio. Detto tutto questo, chiariamo un fatto: fra eutanasia e suicidio c’è una differenza molto importante, decisiva.

Qual è allora la differenza tra suicidio ed eutanasia?

Palmaro: Nel suicidio chi si uccide fa da sé. Dunque, non viene coinvolta una volontà terza. Invece, nell’atto eutanasico occorre necessariamente che una persona diversa dal sofferente – può trattarsi del medico, dell’infermiere, di un funzionario incaricato dallo Stato, di un parente, di un coniuge – compia uno o più atti idonei a provocare la morte di altro da sé. Sul piano giuridico c’è un salto di qualità drammatico, enorme: perché per legalizzare l’eutanasia, in qualsiasi forma, occorre autorizzare qualcuno a togliere la vita ad un altro uomo innocente, cioè che non sia in grado né voglia nuocere alla vita o all’incolumità di qualcuno.

Alcuni sostenitori estremi dell’eutanasia affermano che uccidere anche un innocente, può essere considerato un reato soltanto quando la vita di quell’innocente esprime una certa qualità…

Palmaro: Certo. E non si tratta di un’idea nuova. A Sparta si gettavano i bambini deformi dal Taigeto; nell’antica Roma dalla rupe Tarpea. In tempi molto più recenti, l’idea che l’uomo possa essere eliminato quando è anormale, ritenuto infelice, indegno di continuare a esistere, è stata riproposta con forza dal nazismo. Nel 1939 Adolf Hitler mise in piedi, con la collaborazione del suo medico personale, il dottor Karl Brand, una organizzazione che fosse in grado di eliminare in segreto una serie di tedeschi di pura razza ariana, con problemi. Qui dunque il razzismo non centra nulla. Il discrimine è “la qualità della vita”: un neonato con gravi deformità, un bambino con problemi di salute, un malato di mente, un mutilato reduce della prima guerra mondiale. Per tutti costoro Hitler e i medici di sua fiducia avevano preparato un piano, denominato “Operazione T4”, per ucciderli senza conseguenze giudiziarie.

Gli attuali sostenitori dell’eutanasia rifiutano il riferimento al piano di eutanasia nazista.

Palmaro: Si sbagliano. So perfettamente che oggi i fautori dell’eutanasia non sono dei nazisti, e che anzi sono spesso dei convinti antifascisti. Ma l’esperienza ci insegna che per avere idee naziste non è necessario essere dei nazisti. Nel 1935, dunque qualche anno prima dell’iniziativa sciagurata di Hitler, in Gran Bretagna viene fondata la British Euthanasia Society. La promuovono alcuni intellettuali come Gorge Bernard Shaw e Bertrand Russel. Anime liberali che però avevano un tragico punto in comune con la follia nazista: ergersi a padroni della vita, e a giudici della qualità di vita necessaria per continuare a vivere e a considerare degna una persona di essere tutelata e rispettata. La lettera [scritta da Hitler al suo medico personale Karl Brandt, con la quale lo incaricava di reclutare medici di provata fede nazista disposti a realizzare il “Piano T4”, ndr] con cui in Germania si dà avvio all’orribile mattanza, porta la data del 1° settembre 1939, ovvero l’inizio della Seconda Guerra Mondiale.

Resta però il fatto che nella Germania di Hitler la gente veniva uccisa senza il proprio consenso, o addirittura contro la volontà delle vittime.

Palmaro: E’ vero, nel “Piano T4” mancava il consenso degli interessati. Ma per quanto possa apparire inelegante, o politicamente scorretto, dobbiamo riconoscere che le ragioni di principio che muovevano Hitler e i suoi carnefici erano del tutto simili a quelle dei moderni fautori dell’eutanasia. Infatti, il percorso logico è il seguente: 1) ci sono persone che, secondo un nuovo criterio di vita umana, conducono un’esistenza priva di significato; 2) riteniamo che queste vite siano fonte di sofferenza per chi le conduce e per chi sta vicino a queste persone; 3) non abbiamo alcun sentimento di odio nei confronti di questi sofferenti, anzi li consideriamo meritevoli di stima e considerazione per quanto hanno finora fatto per la patria, o per la scienza, o per la democrazie; 4) non per odio ma per amore, per compassione vogliamo che queste persone siano finalmente liberate dal giogo di una vita biologica assurda; 5) per fare questo, lo Stato deve organizzarsi e garantire una via di uscita indolore. Fin qui, il punto di vista di Hitler, dei suoi giuristi, e dei medici che lo fiancheggiarono, e il punto di vista dei liberal radicali moderni non diverge affatto. Le due strade si separano quando alcuni nostri contemporanei – non tutti, per la verità – tirano in campo la questione del consenso, della richiesta del paziente.

La richiesta ed il consenso all’eutanasia, cambiano i termini della questione?

Palmaro: Innanzitutto, ci sono esempi recenti come il caso dell’Olanda, dove si è scoperto che ogni anno vengono “terminati” dei pazienti per i quali non vi è traccia del modulo di richiesta. E nessuno di loro, ovviamente, è tornato per lamentarsi del trattamento ricevuto. In secondo luogo, c’è il problema della definizione di questo consenso… scritto, orale, in preda al dolore, precedente, riferito da un parente. In terzo luogo, c’è il problema di tutti quei pazienti che non potranno più, o non potranno mai, a causa della loro patologia, esprimere una qualsiasi richiesta. Pensiamo a un handicappato grave fin dalla nascita; a un neonato; a un pazzo; a un comatoso che non abbia mai detto o scritto nulla sul tema.

In conclusione penso che il dolore si combatte con il sostegno umano, la carità e i farmaci, non con l’eutanasia. E che sia verissimo quanto ha detto il filosofo e scrittore Paul Claudel agli universitari di Parigi: “Io sono un rudere d’uomo, non so parlare più, non ci vedo più, non ci sento più, non cammino più. Però, nonostante la paralisi, riesco ancora a fare una cosa che mi dà l’idea di essere uomo: riesco ancora a mettermi in ginocchio”.

lunes, septiembre 18, 2006

La visión de la muerte

La experiencia de la muerte en una persona cercana puede ser, sin duda, un detonante que nos lleve a replantearnos nuestra propia vida. El modo de ver la muerte cambia según la edad, las circunstancias y la formación de quién la experimenta más de cerca. En la literatura se pueden encontrar ejemplos maravillosos de esta realidad.

Este domingo comencé la lectura de El doctor Zhivago, la excelente obra de Pasternak. Antes había visto la película y al ver el libro no resistí la tentación de leerlo. Ya entrado en páginas me tope con un texto que me resultó tremendamente familiar. Yura, apelativo familiar de Zhivago, cuenta lo que pasa en su interior durante un funeral al que asiste en su madurez y lo compara con el primer funeral al que asistió de niño.

El texto me pareció tremendamente familiar y comencé a pensar dónde había leído yo algo similar, entonces me acordé de Estrellas amarillas, autobiografía inconclusa de Edith Stein. La filosofa judía, conversa al cristianismo, cuenta la diferencia entre un funeral al que asistió de niña y otro al que asistió en su madurez.

El ejemplo de Zhivago me gusta más, pero el de Stein tiene la fuerza de la realidad.

Edith Stein

A los diez años Edith Stein supo de la muerte de un tío muy querido que, tras la quiebra de su negocio, se suicidó. Acudió a su funeral y de él nos cuenta lo siguiente: "El rabino inició la oración fúnebre. Yo ya había escuchado otras oraciones fúnebres. Eran un resumen de la vida del muerto, en que se realza todo lo bueno que había hecho durante la vida, removiendo el dolor de los familiares y sin que por ello se recibiese ningún consuelo. Por fin, con solemne y engolada voz, dijo el rabino: «si el cuerpo se convierte en polvo, el espíritu vuelve a Dios, que es quien se lo dio». Pero, detrás de todo esto, no había una fe en la pervivencia personal y en un volver a encontrarse tras la muerte.

Tuve una impresión totalmente distinta cuando al cabo de muchos años participé en un culto funerario católico, por primera vez. Se trataba del entierro de un sabio famoso. Pero nada se dijo en la oración fúnebre de sus méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo. Solamente se encomendaba a la Misericordia de Dios su pobre alma mediante el nombre de pila. Ciertamente, ¡qué consoladoras y tranquilizantes eran las palabras de la liturgia que acompañaban a los muertos a la eternidad!"[1].

El doctor Zhivago

Cuenta también dos experiencias ante la muerte. La primera sucede cuando el es un niño, el funeral es el de su propia madre. La segunda es en el funeral de Anna Ivánovna.

"Diez años antes cuando enterraron a su madre, era todavía un niño. Recordaba aún su llanto inconsolable, la angustia y el terror que había sentido. En aquel tiempo no era todavía enteramente él. Apenas podía pensar que él, Yura, existía y tenía una razón de ser y una finalidad. Entonces lo esencial era todo lo que le rodeaba, lo que estaba fuera de él. El mundo externo le oprimía por todas partes, era tangible, impenetrable e indiscutible como un bosque. Lo había transtornado la muerte de la madre como si se hubiese perdido con ella por ese bosque y de repente se hubiera visto solo, sin ella. Un bosque constituido por todas las cosas del mundo: las nubes, los rótulos de las tiendas, las bolas de los carros de los bomberos, y los pajes que cabalgaban delante de la carroza de la Virgen María, con orejeras, en lugar de birretes, sobre las cabezas por los escaparates de las tiendas ante las que se pasa y por el cielo nocturno, incomparablemente alto, con las estrellas, el Señor y los santos [...]

Ahora todo era distinto. Durante los doce años de estudios secundarios y superiores, se había interesado por la antigüedad y la ley de Dios, por las tradiciones y los poetas, la ciencia del pasado y la de la naturaleza, del mismo modo que se estudiaría una crónica familiar o una genealogía. Ahora no le tenía miedo a nada, ni a la vida ni a la muerte, porque todo, todas las cosas del mundo, formaban parte de su vocabulario. Sentíase al mismo nivel del universo y asistía al oficio fúnebre de Anna Ivánovna de una manera muy distinta de como asistió al de su madre. Entonces le pareció que iba a morir de dolor, tenía miedo y rezaba. Ahora escuchaba el oficio como una comunicación que se le hiciera a él directamente y que le concernía de una manera personal. Prestaba oído a las palabras y les exigía un sentido claro como se le exige a cualquier cosa, y nada tenía de común con la devoción el sentimiento que experimentaba con respecto a la legítima descendencia de las fuerzas supremas de la tierra y del cielo, ante las cuales se inclinaba, como ante sus mayores progenitores"[2].




[1] Stein, Edith, Estrellas amarillas: autobiografía : infancia y juventud, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1973.

[2] Pasternak, Borís, El doctor Zhivago, Natalia Ujanova (ed.), Catedra, Madrid 1991, p. 156-158.




# 24 CUL - El sentido de la vida - Categoría: Naturaleza o cultura
(The Meaning of life - Nature and culture) & TES - El sentido de la vida - Categoría: Testimonio

sábado, septiembre 16, 2006

El Principito y el sentido de la vida

Por Sebastián Mantilla Baca

Publicado en Diario El Comercio el 26 de abril del 2006

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El Principito está de cumpleaños. En este mes de abril se cumplen 60 años de la primera edición francesa de este querido y extraordinario libro. Cuando uno analiza detenidamente las razones por las cuales leemos este cuento con la relativa frecuencia, da la impresión de que su mensaje tierno y crítico se mantuviera siempre actual.

Pareciera como si el autor, Antoine de Saint-Exupéry, lo hubiera hecho con los secretos y misterios de las grandes obras. Por esta razón quizá, el Principito ha llegado a ser como una de esas pocas cosas que atesoramos y conservamos en algún rincón de nuestra intimidad.

Con un lenguaje aparentemente sencillo, el Principito nos narra el encuentro entre un aviador y un pequeño niño en el medio del desierto. Los diálogos que se suceden van descubriendo poco a poco el sentido humanista de esta historia. Todos ellos son presentados a través de una serie de metáforas cargadas de un profundo simbolismo.

Seres humanos, estrellas, flores y animales aparecen en espacios en donde adquieren sentidos diversos.
Los dibujos de serpientes boas, por ejemplo, son un agudo cuestionamiento al mundo de los adultos. Las personas adultas, dirá el Principito, no ven y no perciben las sutilezas de la vida. Es más, viven divididos y en continua contradicción.

Es como si el autor hubiese tomado una fotografía del hombre moderno o lo hubiera retratado con exactitud: su culto a la eficacia, el pragmatismo, el consumismo y el individualismo desmedido son solo unos cuantos defectos. ¿Dónde están los hombres?, pregunta el Principito a la serpiente. Se está un poco solo aquí (en el desierto). También se está solo entre los hombres, responde la serpiente.

El problema de esta contradicción no está en que no podamos, sino en que no queramos ver. Lo esencial, dirá el Principito, es invisible a los ojos: sólo se ve con el corazón. Por eso, las personas adultas no pueden descubrir las cosas realmente importantes. Preocupados por sus ideas de éxito y sujetos de sus pequeñas certezas, anulan muchas veces al ser profundo que late en su interior.

Para el Principito lo importante no radica tanto en las cosas como tales, sino en el sentido de ellas. Por eso dirá: “Los hombres de tu mundo cultivan miles de rosas en un jardín, pero no encuentran lo que buscan. Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua”.

Pasajes y extractos como los mencionados hasta aquí son nada más que una muestra del profundo sentido humano que tiene este libro. El Principito, con sus palabras y sus actos, cuestiona al mundo y sus aspectos negativos, pero también hace un llamado para descubrir además la belleza de la vida y la importancia de la ilusión, la esperanza y todo aquello que nos permite superarnos.

Por eso, ahora que les he contado esta historia, si alguna vez viene hacia ustedes un niño de cabellos dorados, que ríe, pregunta y a veces no responde, ya saben de quién se trata. Sean buenos e indulgentes con él. Pero eso sí, escríbanme rápido, cuéntemen a mi también de que el Principito ha regresado…




# 23 CUL - El sentido de la vida - Categoría: Naturaleza o cultura
(The Meaning of life - Nature and culture)

miércoles, septiembre 13, 2006

El sentido del honor

"Conocimos un honor del trabajo. Hemos conocido ese esmero llevado hasta la perfección, igual en el conjunto que en el más ínfimo detalle. Hemos conocido esa piedad de la obra bien hecha llevada hasta sus exigencias más extremas. Aquellos obreros tenían honor. Era necesario que una pata de silla estuviera bien hecha. Era algo sobreentendido. Era mostrar superioridad. No había que hacerla forzosamente por el salario. No había que hacerla bien para el patrón, ni para los entendidos, ni para los clientes del patrón. Era necesario que estuviera bien hecha por sí misma, en sí misma, para sí misma, en su mismo ser. Una tradición que procede de lo más profundo de la raza, una historia, un absoluto, un honor, querían que esa pata de silla estuviera bien hecha. Cada pata de silla, aunque no estuviera a la vista, era tan perfecta como la que se veía. Este es el principio mismo de las catedrales.

Todos los honores convergían en este honor. La decencia y la finura del lenguaje. Aquel respeto al hogar. Un sentido del respeto, de todos los respetos, del ser mismo del respeto, por así decirlo. Todo era una ceremonia constante. Por otra parte, con frecuencia, el hogar se confundía con el taller, y el honor del hogar y el honor del taller eran un mismo honor. Todo era ritmo y ceremonia desde la luz de la aurora. Todo era tradición y enseñanza, todo había sido legado, todo constituía la más sana costumbre. Todo era elevación interior, y una oración toda la jornada, el sueño y la vigilia, el trabajo y el escaso reposo, el lecho y la mesa, la sopa y la carne, la casa y el jardín, la puerta y la calle, el corral y el umbral, y el plato sobre la mesa.

Y como consecuencia, todos los hermosos sentimientos derivados y filiales. El respeto a los ancianos, a los padres, a la familia. Un admirable respeto a los niños. Naturalmente, respeto hacia la mujer. Un respeto hacia la familia, al hogar. Y, sobre todo, el gusto y el respeto al respeto mismo. Un respeto hacia la herramienta y hacia la mano, esa suprema herramienta".

(Charles Péguy, L'argent)



# 22 CUL - El sentido de la vida - Categoría: Naturaleza o cultura
(The Meaning of life - Nature and culture)

lunes, septiembre 11, 2006

Regiones abandonadas

Por Miguel-Ángel Martí García

Algún poeta ha dicho que el atardecer «es la hora de las lágrimas», efectivamente, a esas horas la emotividad, los sentimientos, la afectividad están electrizando nuestro interior, y ya no es solamente la razón la que toma la dirección de nuestro pensamiento, sino que también el corazón tiene algo que decir en esos momentos del día; y cuando en el hombre la razón es apuntalada por el corazón, lo que puede salir de su mundo interior son pensamientos profundos capaces de expresar en frases bellísimas algún secreto de la vida.

A veces las ideas más bellas son como los perfumes, que pasado un tiempo sólo dejan una leve huella de su presencia. Por eso hay que estar prevenidos, y adivinar lo que se nos presenta como una simple sugerencia, un pensamiento fugaz o tal vez una ocurrencia; adivinar, digo, un pensamiento fuerte capaz de alumbrar parte de una realidad de nuestra vida que se nos resistía a ser interpretada.

Estar prevenidos no supone una tensión, un esfuerzo; esta actitud sería contraproducente. Se trata más bien de estar distendido, sereno, con una actitud de agradecimiento a la vida, sin más equipaje que el fruto de la contemplación. Esta es la disposición de ánimo adecuada para que en nuestra inteligencia aflore, con una naturalidad pasmosa, una feliz idea, que habrá que recoger, apresar y fijar, para que pase a nuestro acervo intelectual. Nuestras lecturas, la experiencia de la vida, los otros van depositando en nosotros -permitidme la metáfora- «un polvo de estrellas», que cuando le dejamos se nos hace presente. Sócrates tenía razón, la verdad, muchas veces, está ya en nosotros, lo único que hace falta es que nuestra vida se serene y se calle, también, un poco, para que pueda hablar lo que está dentro de nosotros.

En nuestro paisaje interior hay además regiones abandonadas, que constituyeron, en un momento dado de nuestra vida, el escenario de nuestro mundo interior, y que fueron luego, poco a poco, desplazadas ante la conquista de otros nuevos territorios. El volver a esas regiones, que configuraron parte de nuestra biografía, produce en nuestro espíritu ecos con resonancias muy sentidas. El hombre es, sobre todo, proyecto, futuro; pero no sólo, porque igualmente es propio de él tener una conciencia viva de su pasado, el sentirse vinculado a sus propios recuerdos, a lo que dejó atrás. Durante la niñez y la adolescencia son tan intensas las vivencias, que de alguna manera nos marcan e inician el trazo fuerte de lo que luego será una larga línea biográfica; por eso es bueno, cuando la intensidad de la señal empieza a ser vacilante, volver a aquella parte del paisaje de nuestro mundo interior.

Y ese regreso hacia estas regiones abandonadas del alma supone siempre un sobresalto cuando al explorarlas otra vez vislumbramos la intensidad de las emociones primeras. Con la misma razón que se dice que el primer amor no se olvida nunca, tampoco se olvidan nunca las primeras vivencias con las que entramos en contacto con la realidad. Y con el paso del tiempo, decíamos, hay que volver a ellas, porque la realidad con su continua presencia deja de admirarnos, y sin admiración el paisaje se vuelve monótono, anodino, aburrido. La realidad está ahí, pero no nos dice nada; ha dejado de hablarnos. En cambio, cuando «se vuelve a la realidad» desde las primeras vivencias, volvemos a afirmamos en el sentido que la realidad para nosotros tuvo. Es tarea importante de la vida mantener vivos estos primeros encuentros con las cosas, porque es la única forma de mantenerse fiel a sí mismo.

Hay que aprender a desacostumbrarse a vivir. Tal vez esté el secreto en tener una mirada nueva, enamorada. ¿Y cómo es esa mirada? Es indefensa, es decir, no tiene prejuicios, no ve antes de hora, no ve con lo que ha visto otras veces; podríamos decir que su indefensión consiste en que prescinde de su historia propia, de su experiencia, y renuncia a las expectativas. Y en segundo lugar, la mirada nueva, enamorada, es agradecida, se alegra con el pequeño detalle, con el insignificante descubrimiento, con el simple ver la luz reverberando en el objeto; no va en busca del espectáculo, de lo grandioso, no está ahí -en lo extraordinario- el objeto de su amor; lo grande, lo llamativo se avisa a sí sólo; la mirada nueva, enamorada, busca en lo pequeño, en el detalle la razón de ser de su gratitud. Esta indefensión, esta gratitud ante lo que se nos presenta, supone necesariamente un regreso a nuestra forma primigenia de vivir, y con ella, de ver. Quien no sea capaz de vivir con esa juventud de espíritu, está condenado a acostumbrarse a la vida porque no sabrá descubrir en el presente lo más bonito de su pasado.




Marti Garcia Miguel-A., La intimidad, Eunsa, Pamplona 1992, pp. 75-80.

# 21 VID - El sentido de la vida - Categoría: Vida

(The Meaning of life - Life)

domingo, septiembre 03, 2006

La vida fácil

Por Alfonso Aguiló

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«Entiendo lo que dices -comentaba Guillermo, un recién matriculado en la universidad-, pero yo no puedo ser distinto a como soy.

»Yo siempre he sido un poco despreocupado, algo informal, no me gusta tomarme demasiado en serio las cosas. Quiero disfrutar un poco de la vida, aprovechar un poco estos años, que apenas tengo diecinueve y no estoy en edad de pensar tanto.

»Tengo muchos proyectos en la vida, pero para más adelante. No tengo prisa. Yo no aguanto muchos días haciendo la misma cosa. Me gusta la variedad. Ya repetí un curso en bachillerato y no me traumatiza. Incluso prefiero hacer la carrera más despacio pero conociendo muchas otras cosas mientras.

»Y esto me sucede con casi todo; por ejemplo, tengo muchos amigos y amigas, pero me gusta ir variando, conocer gente, pero sin que me líen; he salido con muchas chicas, pero ninguna me ha durado dos meses: no quiero comprometerme ni estar ligado a nadie ni a nada.

»Yo -concluía- siempre he querido ser práctico. Tengo que aprovechar la juventud, que ya tendré tiempo de hartarme de vida más sosegada. No quiero ser como esos que se pasan sus mejores años debajo de una lámpara, estudiando día y noche como si no hubiera otra cosa en la vida.»

Aquel chico no acertaba a comprender que por aprovechar, como él decía, esos cinco o seis años de vida universitaria, probablemente acabaría lamentándolo los cincuenta o sesenta siguientes.

No quería entender que es preciso esforzarse mucho para abrirse camino profesionalmente. Que no se trata de pasarse la juventud debajo de una lámpara, pero es indudable que de cómo uno se prepare en esos años depende en mucho cómo será luego su vida. Que lo habitual es que una persona perezosa o inconstante a su edad, llegue a los treinta o los cuarenta sin haber cambiado mucho. Igual que si es egoísta, o frívolo, o superficial: pasan los años y el tiempo no les hace mejorar si no se esfuerzan por mejorar.

«Mira -recuerdo que me decía-, es que no es tan sencillo. Sería una maravilla ser persona con una voluntad firme, y todas esas cosas. Lo desearía para mí, por supuesto. Pero todo eso exige mucho esfuerzo y yo no estoy acostumbrado a esos agobios.

»¿Es que no hay ningún camino más fácil? ¿No se puede ser feliz sin tanto sacrificio? Yo no soy mala persona, tú lo sabes. Procuro no perjudicar a nadie y al tiempo no complicarme la vida...»

Y suelen tener razón en aquello de que no son malas personas, y de que procuran no perjudicar a los demás, y todo eso. Pero pienso que resulta algo pobre y bastante peligroso ese benevolente planteamiento de "no hacer daño a nadie y disfrutar cuanto más se pueda". Cuando una persona excluye por principio aquello que le supone complicarse la vida, esa actitud puede significar una seria hipoteca para su felicidad.

No es que complicarse la vida tenga que ser el punto central de la filosofía de la vida de una persona, es cierto. Pero tampoco puede serlo el no complicársela, sobre todo cuando ésa es la única razón que nos frena ante algo digno de mejores actitudes. Hacer el bien supone muchas veces un esfuerzo considerable, y evitar habitualmente lo que supone esfuerzo hace difícil mantenerse dentro de las fronteras de la ética y de la sensatez.

Cualquier elección, por sencilla que sea, supone renunciar al resto de las opciones, la mayoría de ellas lícitas. Mill decía que de quien nunca se priva de cosa lícita, no se puede esperar que rehuse luego todas las prohibidas.

También cabe recordar aquella conocida expresión de cortar por lo sano, que sin duda proviene de la sabiduría médica y es tan de sentido común. Si hubiera, por ejemplo, que amputar una pierna o un brazo gangrenados, no se puede cortar justo en el límite entre lo sano y lo enfermo, porque lo más probable entonces es que siempre quede algo de lo enfermo, por pequeño que sea, y el mal continuará extendiéndose. Es preciso cortar un poco más arriba, aun a costa de perder algo de la zona sana.

Hay personas que son como un manojo de sentimientos vaporosos, personas que sólo quieren aceptar la parte fácil de la vida. Quieren el fin, pero no quieren los medios necesarios para alcanzar ese fin. Quieren ser premios Nobel sin estudiar, enriquecerse sin dar ni golpe, ganarse la amistad de todos sin hacerles un favor, o ingenuidades por el estilo. Y eso no es serio.

No distinguen entre lo que es propiamente querer algo, con todas sus consecuencias, y lo que es sencillamente una ilusión, un apetecerles, un soñar soltando la imaginación.

Han de comprender que para la vida real se necesita más esfuerzo que para las novelas fabricadas por la fantasía. Y quizá no se enfrentan con la realidad de la vida porque están enormemente mediatizados por la comodidad.

Quieren triunfar en la vida, como todo el mundo, pero olvidan el esfuerzo continuado que esto supone: para hacer bien una carrera son precisas muchas jornadas de clases y estudio que no siempre apetecen; para ser un buen atleta hay que perseverar en un entrenamiento muchas veces agotador; para dominar un idioma no bastan unas cuantas clases o unas semanas en el extranjero. Para casi todo hace falta esfuerzo, y no poner ese esfuerzo supone rechazar el fin, no querer de verdad.

Esta falta de fortaleza de carácter aparece a veces como una auténtica fiebre por cambiar de objetivo, y puede observarse de modo muy gráfico en algunos niños o adolescentes. Pongamos un ejemplo.

Ve anunciado en la televisión un eficacísimo método de aprendizaje de inglés, que pasa de inmediato a resultar absolutamente imprescindible. Lo compra. La primera decepción es que el método es muy laborioso, hay que ir grabando unos ejercicios en cada lección... De todos modos, comienza..., le cansa, sigue, lo deja; lo retoma, se aburre..., y finalmente lo deja en el olvido..., en la lección 4ª.

A la semana siguiente comienza a leer una novela interesantísima..., pero enseguida se le hace pesada y queda abandonada en los primeros capítulos.

Quizá después se propone hacer footing todos los días..., y no pasa de tres o cuatro.

Al poco fantaseará con ser un insigne virtuoso de aquel instrumento musical, pero pronto le parecerá inútil o imposible.

Quizá más adelante empiece con otra afición, y será un nuevo hobby que se sumará a la interminable serie de ilusiones que nunca se alcanzan, a ese continuo devaneo presidido por la inconstancia.

A lo mejor otro día, después de ver una película o de leer un libro en los que se exalta la figura de un personaje, con quien se identifica, se llena de proyectos buenos y de ilusiones sanas..., pero que se desvanecen en cuanto respira el aire de la calle, en cuanto aterriza de su ingenua emotividad.

El que se mima a sí mismo se vuelve blanducho. El camino de la vida fácil, aunque ameno al principio, se hace cada vez más trabajoso; y al final aguarda un amargo despertar. No es más fácil la vida fácil.



# 20 VID - El sentido de la vida - Categoría: Vida
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