La visión de la muerte
La experiencia de la muerte en una persona cercana puede ser, sin duda, un detonante que nos lleve a replantearnos nuestra propia vida. El modo de ver la muerte cambia según la edad, las circunstancias y la formación de quién la experimenta más de cerca. En la literatura se pueden encontrar ejemplos maravillosos de esta realidad.
Este domingo comencé la lectura de El doctor Zhivago, la excelente obra de Pasternak. Antes había visto la película y al ver el libro no resistí la tentación de leerlo. Ya entrado en páginas me tope con un texto que me resultó tremendamente familiar. Yura, apelativo familiar de Zhivago, cuenta lo que pasa en su interior durante un funeral al que asiste en su madurez y lo compara con el primer funeral al que asistió de niño.
El texto me pareció tremendamente familiar y comencé a pensar dónde había leído yo algo similar, entonces me acordé de Estrellas amarillas, autobiografía inconclusa de Edith Stein. La filosofa judía, conversa al cristianismo, cuenta la diferencia entre un funeral al que asistió de niña y otro al que asistió en su madurez.
El ejemplo de Zhivago me gusta más, pero el de Stein tiene la fuerza de la realidad.
Edith Stein
A los diez años Edith Stein supo de la muerte de un tío muy querido que, tras la quiebra de su negocio, se suicidó. Acudió a su funeral y de él nos cuenta lo siguiente: "El rabino inició la oración fúnebre. Yo ya había escuchado otras oraciones fúnebres. Eran un resumen de la vida del muerto, en que se realza todo lo bueno que había hecho durante la vida, removiendo el dolor de los familiares y sin que por ello se recibiese ningún consuelo. Por fin, con solemne y engolada voz, dijo el rabino: «si el cuerpo se convierte en polvo, el espíritu vuelve a Dios, que es quien se lo dio». Pero, detrás de todo esto, no había una fe en la pervivencia personal y en un volver a encontrarse tras la muerte.
Tuve una impresión totalmente distinta cuando al cabo de muchos años participé en un culto funerario católico, por primera vez. Se trataba del entierro de un sabio famoso. Pero nada se dijo en la oración fúnebre de sus méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo. Solamente se encomendaba a la Misericordia de Dios su pobre alma mediante el nombre de pila. Ciertamente, ¡qué consoladoras y tranquilizantes eran las palabras de la liturgia que acompañaban a los muertos a la eternidad!"[1].
El doctor Zhivago
Cuenta también dos experiencias ante la muerte. La primera sucede cuando el es un niño, el funeral es el de su propia madre. La segunda es en el funeral de Anna Ivánovna.
"Diez años antes cuando enterraron a su madre, era todavía un niño. Recordaba aún su llanto inconsolable, la angustia y el terror que había sentido. En aquel tiempo no era todavía enteramente él. Apenas podía pensar que él, Yura, existía y tenía una razón de ser y una finalidad. Entonces lo esencial era todo lo que le rodeaba, lo que estaba fuera de él. El mundo externo le oprimía por todas partes, era tangible, impenetrable e indiscutible como un bosque. Lo había transtornado la muerte de la madre como si se hubiese perdido con ella por ese bosque y de repente se hubiera visto solo, sin ella. Un bosque constituido por todas las cosas del mundo: las nubes, los rótulos de las tiendas, las bolas de los carros de los bomberos, y los pajes que cabalgaban delante de la carroza de la Virgen María, con orejeras, en lugar de birretes, sobre las cabezas por los escaparates de las tiendas ante las que se pasa y por el cielo nocturno, incomparablemente alto, con las estrellas, el Señor y los santos [...]
Ahora todo era distinto. Durante los doce años de estudios secundarios y superiores, se había interesado por la antigüedad y la ley de Dios, por las tradiciones y los poetas, la ciencia del pasado y la de la naturaleza, del mismo modo que se estudiaría una crónica familiar o una genealogía. Ahora no le tenía miedo a nada, ni a la vida ni a la muerte, porque todo, todas las cosas del mundo, formaban parte de su vocabulario. Sentíase al mismo nivel del universo y asistía al oficio fúnebre de Anna Ivánovna de una manera muy distinta de como asistió al de su madre. Entonces le pareció que iba a morir de dolor, tenía miedo y rezaba. Ahora escuchaba el oficio como una comunicación que se le hiciera a él directamente y que le concernía de una manera personal. Prestaba oído a las palabras y les exigía un sentido claro como se le exige a cualquier cosa, y nada tenía de común con la devoción el sentimiento que experimentaba con respecto a la legítima descendencia de las fuerzas supremas de la tierra y del cielo, ante las cuales se inclinaba, como ante sus mayores progenitores"[2].
[1] Stein, Edith, Estrellas amarillas: autobiografía : infancia y juventud, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1973.
[2] Pasternak, Borís, El doctor Zhivago, Natalia Ujanova (ed.), Catedra, Madrid 1991, p. 156-158.
# 24 CUL - El sentido de la vida - Categoría: Naturaleza o cultura
(The Meaning of life - Nature and culture) & TES - El sentido de la vida - Categoría: Testimonio
3 Comments:
Nunca me han parecido consoladoras las palabras en los funerales, sobre todo porque casi siempre, quien las pronuncia no sabe nada del difunto salvo su nombre.
Te agradezco mucho el comentario. Siempre es bueno tener un contrapunto.
Los textos citados me llaman la atención precisamente porque ponen de relieve como la visión de la muerte depende mucho de la visión del mundo que uno tenga.
Desde tiempos inmemoriales los muertos han sido objeto de un cuidado especial. Y eso se ha traducido en diversos ritos funerarios.
En muchas ocasiones el hombre al asomarse al umbral de la eternidad se hace preguntas que antes no había tenido la necesidad de hacerse. A mi no me gustaría indicar cuáles son esas preguntas (Ya tendré oportunidad de saber cuáles son cuando me toque), pero me parece que el hombre creyente de todos los tiempos ha adoptado una actitud de respeto y de vasallaje frente al Creador.
En cualquier caso, si te he de ser sincero a mi tampoco me gustan, ni me consuelan, las palabras que dicen los que celebran los funerales; y es cierto que en muchas ocasiones no conocen al difunto... A mi me consuelan el rito funerario cuando se celebra como un rito y no como una reunión, y me consuela porque me habla de que no es un hombre el que se apiada del muerto, ni el que de verdad lo conoce y lo quiere.
Se cuenta que en Viena en 1916 tuvo lugar una ceremonia emocionante, cargada de simbolismo. Se trata del entierro del emperador Fco. José en la Iglesia de los capuchinos. Al llegar el mestro de ceremonias tocó a la puerta:
"- ¿Quién pide entrar? -preguntó un padre de la comunidad.
- Francisco José I, emperador y rey.
- No le conozco.
El maestro de ceremonias toco de nuevo. La misma pregunta e idéntica respuesta del interior. Llamó por tercera vez:
- ¿Quién pide entrar?
- Un pobre muerto.
Entonces se abrió la puerta de la cripta y pudo entrar el féretro".
(Julio Eugui, Dios, desconocido y cercano, Patmos, Madrid 1991, 19).
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