domingo, agosto 06, 2006

Andar y Ver / Mill y el valor de la poesía

Por Jesús Silva-Herzog Márquez

John Stuart Mill fue un experimento. Su padre, James Mill, el máximo discípulo y compadre de Bentham, ensayó su filosofía en él. La ciencia, convertida en pedagogía, mostraría las infinitas posibilidades de la razón. Los primeros recuerdos de su infancia no son juegos ni canciones sino unas tarjetas que contenían palabras griegas. El niño, estrictamente disciplinado por su padre, tenía que memorizar los vocablos. A los tres años pudo leer las fábulas de Esopo en su idioma original. A los ocho, cuando ya había leído toda la obra de Herodoto y de Platón, empezó a estudiar latín. El entrenamiento, por supuesto, implicaba el rechazo de la educación escolar, el contacto con otros niños y las lecturas infantiles. Lejos de esas influencias nefastas, el niño caminaba todos los días a lado de su padre conversando sobre las lecturas del día anterior. El prodigio lo absorbía todo. Historia, matemáticas, filosofía, lógica.

Mill creció así con la clara convicción de entregar su inteligencia a la causa del Progreso. Los cálculos de la razón serían las catapultas de la felicidad. Pero entonces, cuenta él en sus memorias, despertó del sueño. A los 20 años, justamente en el otoño de 1826, cayó en una honda depresión. Todo se le volvió insípido. Hasta aquello que más saboreaba le resultaba indiferente. Lo que lo había entusiasmado perdió valor. El piso que daba sentido a su vida se desintegró. Se identificaba plenamente con la aflicción melancólica capturada por Coleridge:

Una pena sin punzada, hueca, oscura, sombría.

Somnolienta, sofocante, desapasionada pena

que no encuentra fin ni consuelo

en palabra, suspiro o lágrima.

En efecto, ni los libros ni las conversaciones lo rescataban del foso melancólico. Ni siquiera la música lo sacó del hoyo. Se acercó entonces a la poesía, concretamente a la escritura romántica de Wordsworth. En sus poemas encontró el aliento que ansiaba. Su canto a la naturaleza resultó medicinal por mostrar mucho más que orografías y vegetaciones. La imaginación del poeta expresaba ideas coloreadas de emoción y belleza. La mirada poética alumbraba el mundo con una nueva luz. Al avivarse con la palabra, las cosas escapaban de su aparente trivialidad. La férrea mecánica que Mill había admitido como dogma filosófico, resultaba entonces disputada por imágenes de arcoiris y plantas. El discípulo ejemplar del utilitarismo se alejaba de este modo de la estrecha aritmética de las utilidades. El niño-experimento resultó un insumiso. Es conocida su sentencia: preferiría la insatisfacción de Sócrates, que la plenitud de un cerdo. Por encima de la panza llena, está el valor de la autonomía, la búsqueda de una ruta propia. Del estricto laboratorio del utilitarismo nació así la más elocuente defensa de la libertad individual.

Fue la poesía lo que operó tal revolución. La poesía denigrada por Bentham como juego de falsedades, fue reivindicada por Mill como una digna ruta de verdad. Jeremy Bentham negó explícitamente que la poesía tuviera un valor particularmente apreciable. Tan importante será el arte de los versos como cualquier juego infantil y tonto. Siguiendo a Platón, el padrino de John Stuart Mill creyó que la poesía era una forma de la mentira. Estaba convencido de que la verdad era incompatible con la poesía porque el poeta no hace más que traficar con nuestros prejuicios. Su ahijado no podía aceptar que su bálsamo fuera un fraude. Que la poesía sea una expresión impráctica no la condena como farsa. Es un modo de verdad que descubre las leyes de la emoción. Describiendo hechos o cosas exhuma la realidad que esconden.

Si en su bicentenario se recuerda su ensayo sobre la libertad, su influyente tratado de Economía, su manual de lógica y su alegato por los derechos de la mujer, vale recordar aquí sus discretas notas sobre la poesía. En 1833 Mill escribió ¿Qué es la poesía?, un ensayo en el que defiende la valía intelectual de esa voz. (Hay una edición de Hiperión preparada por Eduardo Sánchez Fernández que contiene el ensayo.) Para Mill, esta "verdad apasionada" es, esencialmente, una experiencia de soledad. Ya en sus Principios de Economía política deslizaba una noción curiosa en un manual económico: no es bueno que el hombre esté siempre rodeado de otros hombres. La soledad es esencial para la vida. La poesía resulta la expresión literaria de ese retiro. La revelación poética no puede emerger más que de la soledad. Por eso goza, según Mill, de la naturaleza del soliloquio.


Periódico Reforma, 31/05/2006
# 18 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Al igual que la belleza, la poesía está en los ojos de quien lee.

11:33 p. m.  

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