domingo, agosto 06, 2006

LA CONFESIÓN DE TOLSTOI

Ofrecemos un extracto de la Confesión de Tolstoi[1].

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Hay una fábula oriental, que cuenta que hace muchos años, un viajero fue perseguido por una furiosa bestia en un descampado. Escapando de la bestia, él logro introducirse en una gruta; pero, tan pronto como se introdujo, vio en el fondo de la gruta un dragón que abría sus fauces para devorarlo. El muy desafortunado, había quedado en una posición intermedia en la que si subía seria devorado por la bestia que lo perseguía y si seguía cayendo seria devorado por el dragón, así que logró aferrarse a una rama que salía de una grieta y quedo colgado de ella. Sus manos fueron debilitándose cada vez mas, hasta que le pareció que pronto tendría que resignarse a la destrucción que le esperaba, lo mismo arriba que abajo, pero él siguió aferrado. Entonces, vio como dos ratones, negro el uno y blanco el otro, se daban a la tarea de pasar royendo una y otra vez la raíz de la rama de la que él colgaba. Pronto la raíz se desprendería y él caería dentro de las fauces del dragón. El viajero se percató de su desesperada situación y supo que perecería inevitablemente. Pero, mientras seguía colgado logró otear unas gotas de miel en las hojas de la rama, las alcanzo con la lengua y las lamió.

Así es como yo estoy: colgado de la rama de la vida, conciente de que el dragón de la muerte me espera, para destrozarme; y no puedo entender como he llegado a éste tormento. He intentado lamer la miel que antes me consolaba, pero ya no me otorga placer, y los ratones del día y de la noche terminaran por roer la rama de la que cuelgo. Mientras veo tan claramente al dragón, la miel ya no me resulta dulce. Sólo veo al ineludible dragón y a los ratones, no puedo apartar mi mirada. Está no es una fábula, sino la verdad incontestable, inteligible para todos.

La decepción que me han dado los placeres de la vida, que antes alejaban de mí el terror al dragón, ya no me consuelan. No importa que repetidamente me digan: “tú no puedes entender el sentido de la vida, no pienses en ello, tan sólo vive”, ya no puedo seguir haciéndolo: lo he hecho ya demasiado. El paso del día y de la noche ya no está a mi servicio, pues me acerca a la muerte. Esto es todo lo que puedo ver, esa es la única verdad. Lo otro es falso.

Los dos goterones de miel que servían de consuelo a mis ojos frente a la cruda realidad: el amor de mi familia y la escritura -yo lo llamo arte- ya no me resultan algo dulce.


[1] Traducción de Leonardo Bravo del inglés. Tolstoy, Leo Nikilayevich, A Confession, Grand Rapids, MI 2000, p.11. La versión completa del original puede descargarse en: Christian Classics Ethereal Library



# 19 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General
(The Meaning of life - General)

Andar y Ver / Mill y el valor de la poesía

Por Jesús Silva-Herzog Márquez

John Stuart Mill fue un experimento. Su padre, James Mill, el máximo discípulo y compadre de Bentham, ensayó su filosofía en él. La ciencia, convertida en pedagogía, mostraría las infinitas posibilidades de la razón. Los primeros recuerdos de su infancia no son juegos ni canciones sino unas tarjetas que contenían palabras griegas. El niño, estrictamente disciplinado por su padre, tenía que memorizar los vocablos. A los tres años pudo leer las fábulas de Esopo en su idioma original. A los ocho, cuando ya había leído toda la obra de Herodoto y de Platón, empezó a estudiar latín. El entrenamiento, por supuesto, implicaba el rechazo de la educación escolar, el contacto con otros niños y las lecturas infantiles. Lejos de esas influencias nefastas, el niño caminaba todos los días a lado de su padre conversando sobre las lecturas del día anterior. El prodigio lo absorbía todo. Historia, matemáticas, filosofía, lógica.

Mill creció así con la clara convicción de entregar su inteligencia a la causa del Progreso. Los cálculos de la razón serían las catapultas de la felicidad. Pero entonces, cuenta él en sus memorias, despertó del sueño. A los 20 años, justamente en el otoño de 1826, cayó en una honda depresión. Todo se le volvió insípido. Hasta aquello que más saboreaba le resultaba indiferente. Lo que lo había entusiasmado perdió valor. El piso que daba sentido a su vida se desintegró. Se identificaba plenamente con la aflicción melancólica capturada por Coleridge:

Una pena sin punzada, hueca, oscura, sombría.

Somnolienta, sofocante, desapasionada pena

que no encuentra fin ni consuelo

en palabra, suspiro o lágrima.

En efecto, ni los libros ni las conversaciones lo rescataban del foso melancólico. Ni siquiera la música lo sacó del hoyo. Se acercó entonces a la poesía, concretamente a la escritura romántica de Wordsworth. En sus poemas encontró el aliento que ansiaba. Su canto a la naturaleza resultó medicinal por mostrar mucho más que orografías y vegetaciones. La imaginación del poeta expresaba ideas coloreadas de emoción y belleza. La mirada poética alumbraba el mundo con una nueva luz. Al avivarse con la palabra, las cosas escapaban de su aparente trivialidad. La férrea mecánica que Mill había admitido como dogma filosófico, resultaba entonces disputada por imágenes de arcoiris y plantas. El discípulo ejemplar del utilitarismo se alejaba de este modo de la estrecha aritmética de las utilidades. El niño-experimento resultó un insumiso. Es conocida su sentencia: preferiría la insatisfacción de Sócrates, que la plenitud de un cerdo. Por encima de la panza llena, está el valor de la autonomía, la búsqueda de una ruta propia. Del estricto laboratorio del utilitarismo nació así la más elocuente defensa de la libertad individual.

Fue la poesía lo que operó tal revolución. La poesía denigrada por Bentham como juego de falsedades, fue reivindicada por Mill como una digna ruta de verdad. Jeremy Bentham negó explícitamente que la poesía tuviera un valor particularmente apreciable. Tan importante será el arte de los versos como cualquier juego infantil y tonto. Siguiendo a Platón, el padrino de John Stuart Mill creyó que la poesía era una forma de la mentira. Estaba convencido de que la verdad era incompatible con la poesía porque el poeta no hace más que traficar con nuestros prejuicios. Su ahijado no podía aceptar que su bálsamo fuera un fraude. Que la poesía sea una expresión impráctica no la condena como farsa. Es un modo de verdad que descubre las leyes de la emoción. Describiendo hechos o cosas exhuma la realidad que esconden.

Si en su bicentenario se recuerda su ensayo sobre la libertad, su influyente tratado de Economía, su manual de lógica y su alegato por los derechos de la mujer, vale recordar aquí sus discretas notas sobre la poesía. En 1833 Mill escribió ¿Qué es la poesía?, un ensayo en el que defiende la valía intelectual de esa voz. (Hay una edición de Hiperión preparada por Eduardo Sánchez Fernández que contiene el ensayo.) Para Mill, esta "verdad apasionada" es, esencialmente, una experiencia de soledad. Ya en sus Principios de Economía política deslizaba una noción curiosa en un manual económico: no es bueno que el hombre esté siempre rodeado de otros hombres. La soledad es esencial para la vida. La poesía resulta la expresión literaria de ese retiro. La revelación poética no puede emerger más que de la soledad. Por eso goza, según Mill, de la naturaleza del soliloquio.


Periódico Reforma, 31/05/2006
# 18 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General

No to child pornography

Dios ha infundido un sueño profundo a Adán y forma de su costilla a Eva. Al despertarse Adán y ver a Eva desnuda enfrente de él, grita: “¡Eres carne de mi carne y hueso de mis huesos!”.

Juan Pablo II comentando esta escena dice: “La exclamación del primer varón al ver la mujer es de admiración y de encanto: abarca toda la historia del ser humano sobre la tierra” (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem (1988), 10).

Se evoca aquí la resonancia somática del hombre al contemplar la belleza. Nada tiene que ver esa vivencia con la pornografía. Juan Pablo II distinguía claramente entre las manifestaciones de la belleza y otras manifestaciones que en lugar de sublimar al hombre lo dañan: “hay también producciones artísticas –y quizás más a menudo reproducciones [fotografías]– que suscitan objeciones en la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su inalienable dignidad–, sino por causa de la cualidad o modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. (...) Es bien sabido que a través de estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador, al oyente, o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con repugnancia y desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción que, junto con la objetivación del hombre y de su cuerpo, tiene una intencionalidad fundamental que supone una reducción a rango de objeto, de objeto de ‘goce’, destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma. Esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte y de la reproducción” (Juan Pablo II, Audiencia general, 6 mayo 1981, en La redención del corazón, 258).

Como ha señalado Jaime Nubiola en La marea negra de la pornografía, "La influencia más negativa y general de la pornografía es que empobrece la imaginación de varones y de mujeres hasta el punto de llegar a conformar reductivamente las relaciones entre ellos".

Desde éste espacio nos unimos a la campaña de rechazo a la pornografía no por irenismo, sino por la deshumanización que produce.






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sábado, agosto 05, 2006

Hoja de niggle

En nuestro mundo el pensamiento, el lenguaje y el cuento son coetáneos. La mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, no sólo ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas (y hallándola agradable a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en Fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica. La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pudo hacer una cosa, también la otra; e hizo las dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel. Y nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras mentes. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel determinado; podemos poner un verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal 'fantasía', que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en sub-creador.

(J. R. R. Tolkien, Sobre los cuentos de hadas, 33-34)

viernes, agosto 04, 2006

El más allá de un escéptico

Por Arguments

[Día 8 de marzo, las 14:20, Hotel Palace, Madrid. Acompañado por Carlos Castilla del Pino –psiquiatra y ateo militante– y Manuel Feijoo –catedrático de Filosofía de la Religión de la UNED– Fernando Savater presentó su nuevo libro “La vida eterna” (Ed. Ariel, 2007). Este libro, en palabras de su autor, es un conjunto de reflexiones perplejas sobre "la vida eterna".

Mientras un grupo de escépticos reunidos en el Hotel Palace hablaban con sorna del “más allá”, se puede ver en el menú lo que comieron “más acá”: mucho ateísmo y mucho cuestionarse la necesidad de creer mientras degustaban salmón y pato, bien regados con Chardonnay y Riscal.
L'important dans la vie c'est de savoir contrebalancer les choses…

En la introducción de “La vida eterna”, Savater dice que un libro de Bertrand Russell fue el primero que articuló teóricamente su incredulidad juvenil; apostilla que, aunque no hubiese leído a Russell, supone que hubiera sido igualmente un escéptico en materia religiosa.

Publicamos ahora un primer comentario que ha redactado Carlos Soler, buen conocedor de Fernando Savater como saben los lectores de este blog: por ejemplo, puede leerse la crítica demoledora que hizo a uno de sus libros más conocidos “La Ética para Amador” (cfr. # 272).

# 375 Varios Categoria-Varios: Etica y antropología

por Carlos Soler


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Ofrezco ahora un comentario de urgencia, una primera impresión después de haber hojeado el libro. La obra requiere una lectura detenida y una recensión larga que afrontaré cuando disponga de tiempo.

Mi primera sensación sobre el libro no aporta novedades: es el Savater de siempre: buen comunicador, inteligente, hábil; partidario declarado del pensamiento débil, no suele afrontar los problemas a fondo: tiende más a los fuegos de artificio, a la retórica eficaz, a la bisutería intelectual. En definitiva, no sé si el autor busca un diálogo honrado. Quizás busque más el desahogo: parece que el autor vierte en cada página su propia hiel, su resentimiento, su amargura disfrazada de chanza.

Savater hace con demasiada frecuencia lo que yo estoy haciendo en estos párrafos: sembrar valoraciones sin dejar hablar al valorado. Ahora me lo permito porque en otras recensiones he intentado dialogar en serio con Savater y porque me propongo hacerlo con esta obra en cuanto pueda; como programa intelectual para toda la vida, me repugnaría.

En esta obra cada vez que menciona a un Papa u obispo es, hasta lo que he detectado, para aplicarle lo que llamo un “adjetivo descalificativo”: un adjetivo con el que, si el lector se lo cree, el calificado queda definitivamente excluido como alguien que merezca ser escuchado. Sólo en la página 243 se juntan estos calificativos (perdón: descalificativos) sobre Juan Pablo II: retrógrado, opuesto a toda la modernidad intelectual (pero ¿hay en el mundo una sola persona capaz de oponerse ¡a todo!?), “ignora el despliegue histórico del pensamiento”. A Benedicto XVI le aplica los descalificativos “profundo como un cenicero” y “sutil como un ladrillazo” (p. 250). Seamos serios: deje usted hablar a la gente y luego pondere el peso de sus argumentos, haga una crítica razonada; entre en diálogo con el otro antes de valorarlo. Decir que me he leído varias cosas de Juan Pablo II (o de cualquier otro) y pasar inmediatamente a descalificarle sin hablar para nada del contenido es poco serio.

En la página 242 afirma que en una ocasión un obispo polaco le lanzó un anatema, y cuenta los quebraderos de cabeza que le trajo como consecuencia. ¿Un anatema? ¿En el año 2000? No conozco el episodio, pero desde luego por lo que cuenta Savater no estuvo precisamente amable, como pretende, sino lo más hiriente que pudo; sospecho que lo que pasa es lo siguiente: Savater puede criticar a cualquiera de cualquier manera; pero si le criticas a él y tu crítica no le gusta, será considerada un anatema intolerante, violento y fanático, y serás la causa de todas sus desgracias.

Como Savater tiene sentido común, hay muchas cosas aprovechables: siempre que le leo aprendo de él. Pero ocurre que es necesario desgajar esas ideas valiosas del contexto frívolo, superficial, ideológicamente rabioso en que habitualmente se sitúa lo que escribe. Me parece interesante una cita de Cacciari en la que dice, a pesar de no tener fe en ninguna religión concreta, que es imprescindible pensar sobre Dios: “yo no puedo dejar de pensar en lo último, en la cosa última (...). Es lo que decía Heidegger: ‘ateo es el que no piensa’. El que hace algo y punto, termina su tarea sin interrogarse sobre lo último. Pueden ser muy inteligentes, pero pensar es a fin de cuentas pensar en lo último” (p.15). Lástima (y casualidad) que unas líneas más arriba Cacciari se autodescalifique afirmando que detesta a los ateos.

Dice Savater que, si algún día hay un papa a su gusto, será porque ha venido el anticristo o por que él ha vuelto al redil. Utiliza aquí una imagen entrañablemente evangélica, quizás porque de paso connota gregarismo, sumisión y renuncia al pensamiento, elementos totalmente ajenos al significado que la imagen tiene en boca de Jesucristo. En cualquier caso rezo para que así sea, para que Savater “vuelva al redil”. Un Savater cristiano podría hacer mucho bien, si conseguimos que se deje de tonterías y se ponga a pensar en serio.

Razón, boca y manos del sufrimiento

Por José Pedro Manglano

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La vida siempre tiene razón. El sufrimiento siempre tiene razón. Declarar culpable a un inocente. Eso hacemos. Somos injustos los hombres de hoy cuando nos Declaramos enemigos de todos los sufrimientos.

Los que se pueden evitar con fármacos, que se eviten. Esos dolores ya han hablado: han avisado la enfermedad. Los que acompañan al hombre en distintos tramos de su vida, que se escuchen. Estos dolores quieren hablar: siempre tienen algo que decir, siempre tienen algo que ofrecer.

La vida siempre tiene razón. El sufrimiento siempre tiene razón. Es preciso respetarlo como es. Aceptarlo. Vivirlo. Vivirlo en su verdad, en su razón de ser. Y así, abierto a él, escucharle. Escucharle como a un amigo que al oído quiere desvelarme algún secreto, algo nuevo para mí, algo extraño y desconocido.

El sufrimiento tiene su lenguaje. Es un lenguaje. Muchas verdades indecibles, las descubre el dolor con su lenguaje. Abrirse a él. Vivirlo. Escucharle. Aprender. Crecer. Ser más por el dolor.

Si el sufrimiento tiene boca, también tiene manos. Siempre tiene algo que ofrecer. Nos ofrece ser más. Y como lo que nos hace ser más es acertado

...ya se ve que el sufrimiento siempre tiene razón.





Manglano, José Pedro, ¿Se puede aprender a sufrir?, Desclée De Brouwer, Bilbao 1999, 29-30.

# 17 SUF - El sentido de la vida - Categoría: Sufrimiento (The Meaning of life - Suffering)