sábado, enero 27, 2007

Paulo Coelho y su cóctel de espiritualidad

«Veronika decide morir», nuevo libro del escritor brasileño

Paulo Coelho no es un escritor minoritario o desconocido: sus cifras de ventas compiten con las de los más importantes best-seller, superando incluso a muchos de ellos en traducciones y en cifras de ventas. De hecho, es el segundo escritor más vendido de todo el mundo (26,5 millones de ejemplares traducidos a 43 idiomas en 119 países), detrás del también multimillonario John Grisham. Estos días es noticia por el arrollador éxito internacional de su última novela, Verónika decide morir, ya instalada en las listas de superventas. Aunque en ocasiones se le ha llegado a presentar como un autor religioso, las obras de Coelho se mueven en la indefinición, a mitad de camino entre la literatura y los libros de autoayuda y espiritualidad.

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Por Adolfo Torrecilla


El prestigio de este autor brasileño es tal que incluso ha sido condecorado con la Legión de Honor en Francia y con el Premio Crystal Award, otorgado por el Foro Económico de Davos. En España recibió el pasado año la Medalla de Oro de Galicia, condecoración que estuvo rodeada de polémica (¿qué tiene que ver la literatura de Coelho con Galicia?).


Su inexplicable éxito literario no ha sido fulminante. Sus libros, por su indefinición, se comenzaron a editar en pequeñas editoriales poco literarias y poco a poco han ido llegando al gran público. En España, sus novelas se publicaron primero en la editorial esotérica El Obelisco, luego en el sello Martínez Roca y por último, con la llegada de la popularidad y las ventas, ha pegado el salto a Planeta, donde ya existe la «Biblioteca Paulo Coelho», en la que se han recogido todos sus libros.


En España hace ya tiempo que sus obras sobrepasaron el millón de ejemplares, aunque todavía estamos lejos de los cerca de cuatro de Francia y los más de siete que ha vendido en Brasil, su país de origen.


A pesar del arrollador número de ventas, sus relaciones con la crítica literaria son conflictivas. Y es que sus libros (y en esto recuerda a otro fenómeno sociológico, Antonio Gala) no soportan un serio análisis crítico. Sus novelas son planas, esquemáticas, con unas tramas que abusan de un didactismo simplón, endulcorado con mensajes sugerentes (en sintonía con los mediocres libros de autoayuda) y repletos de una epidérmica sensibilidad espiritual.


LITERATURA POBRE


Quizá el secreto de su masiva aceptación popular esté, precisamente, en la aplastante sencillez argumental y narrativa, que facilita la lectura de un tipo de lectores poco exigentes con los productos literarios. En sus novelas, salvo algunas excepciones, apenas hay violencia y sexo. También hay que tener en consideración su estilo, bastante lírico y almibarado, repleto de mensajes filosóficos y optimistas sobre la vida y la necesidad de la religión.


El mensaje que se repite en sus narraciones, especialmente en El Alquimista, su libro más emblemático, es que todos podemos ser mucho mejores, que la inmortalidad es una meta que está al alcance de nuestras posibilidades, que tenemos derecho a que nuestros sueños se hagan realidad y que en cualquier momento de nuestra vida tenemos la posibilidad de fundirnos con la Totalidad, logrando la ansiada fusión íntima de nuestra Alma con el Mundo.


Estos mensajes están en todos sus libros. Publicó el primero a los 40 años,
El peregrino de Compostela (1987), libro en clave simbólica sobre las visiones esotéricas que tuvo durante su recorrido por el Camino de Santiago mientras realizaba un conjunto de pruebas esotéricas para ser nombrado caballero de la orden de RAM (Rigor, Armonía, Misericordia). Este libro está ambientado en pleno siglo XX, «y los conceptos de infierno, pecado y de demonio ya no tenían el menor sentido para ninguna persona con un mínimo de inteligencia», comenta en el libro.


LA FAMA DE EL ALQUIMISTA


Después publicó la novela que le ha dado más fama, El Alquimista, que condensa todo su pensamiento espiritual. Un joven pastor se encuentra con un misterioso personaje que le hace vivir todo tipo de experiencias sobrenaturales con el fin de que sus sueños, con la conspiración de todo el Universo, lleguen a buen puerto. Luego siguieron Brida (1990), A orillas del Río Piedra me senté y lloré (1994), Maktub (1994), La Quinta Montaña (1996), Manual del Guerrero de la Luz (1997) y la que ha publicado este año en España, Verónika decide morir (2000).


BAJO LA ESTELA DE LA NEW AGE


En su última novela incorpora algunos elementos de su biografía. Y es que la vida de Coelho ha sido muy complicada. Nace en Río de Janeiro en 1947. De joven, tuvo serios problemas con sus padres, que se vieron obligados a ingresarlo en varias ocasiones en un psiquiátrico (éste es el tema que recupera en la novela). Fue compositor de letras de rock y director artístico de la compañía CBS en Brasil. En varias ocasiones fue detenido por la dictadura militar y expulsado de su país.


De joven perdió la fe católica y se zambulló en los peligrosos paraísos artificiales que pusieron de moda la cultura hippy. Recuperó la fe tras un viaje a Roma, decisión que confirmó después de recorrer el Camino de Santiago.


Pero cuando Coelho habla de la fe católica conviene matizar. Él es católico a su manera, partidario de una religiosidad que tiene mucho de cóctel (cuarto y mitad de catolicismo, medio kilo de pensamiento oriental, mitad de cuarto de ocultismo y el resto de experiencias gnósticas y esotéricas). El resultado es una religiosidad vacía de compromiso, en la órbita del melifluo new age, que tranquiliza las conciencias, que rebaja la experiencia con la divinidad y que supone una peligrosa estafa religiosa que algunos, sin embargo, admiran acríticamente como el paradigma de la religiosidad del nuevo milenio.


En su última novela abandona el tono esotérico de su producción literaria para centrarse en un asunto más humano y existencial.


POBRE VERÓNIKA


Verónika es una joven de Eslovenia que intenta suicidarse. Los motivos que la obligan a tomar esta decisión no están muy claros. La intentona resulta fallida y Verónika es ingresada en un psiquiátrico. Pero nada de lo que ocurre en este mundo sucede por casualidad, nos dice Coelho. En el hospital, gracias a la ayuda de los médicos y de unos enfermos que comparten sus dudas y angustias, Verónika descubre que la vida tiene otro sentido, otra finalidad, que el amor transforma todo, que nuestros sueños tienen un sentido.


Como en el resto de sus novelas, lo más determinante es el mensaje, que convierte en calderilla los anhelos de gran parte de la humanidad. La manera de abordar un tema tan universal es por la vía de la superficialidad literaria y existencial, con unos personajes de telenovela que se comportan como peleles en manos de un autor omnisciente que, ante todo, quiere subrayar su mensaje idealista sobre la existencia. Pero aunque lo religioso no ocupe un lugar prioritario, sí que está en el fondo de todo, difundiendo una nebulosa espiritualidad, donde Dios se convierte en una bonita y ambigua excusa para que todos los sucesos tengan sentido, lo que facilita la búsqueda de la autorrealización y la seguridad personal.


FENÓMENO SOCIOLÓGICO


Literariamente, poco hay que decir de Coelho (lo poco ya está dicho). No parece un autor que vaya a dejar mucha huella en la historia de la literatura, aunque sus ventas sean millonarias. Más bien parece que su literatura y su mensaje pseudorreligioso son un elaborado producto de nuestro tiempo, cuando el supuesto renacer religioso se ha transformado en algunos casos en una caótica y sincrética ensalada de religiones. ¿Místico, gurú, visionario, escritor, farsante...? A lo mejor la respuesta está en el marketing.


PALABRA, nº 431, mayo-2000

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# 42 BIB - El sentido de la vida - Categoría: Bibliografía

martes, enero 16, 2007

La libertad y el mal

Algunos pueden preguntar si Dios es capaz de hacer una cuerda con un único extremo, o un círculo cuadrado, pero tales cosas no tienen sentido. La omnipotencia de Dios significa poder para hacer todo lo que es intrínsecamente posible. En otras palabras, se pueden atribuir milagros a Dios, pero no tonterías. El hecho de que Dios no pueda llevar a cabo aquello que sea un contrasentido, no contradice de ninguna manera la noción de que es también poderoso y capaz de llevar a cabo su voluntad.

Se ha creído durante mucho tiempo que Dios se encuentra limitado por las leyes de la lógica. Si no tiene sentido hacer triángulos en los cuales la suma de sus ángulos interiores sea superior a 180 grados, sería igualmente un sinsentido esperar que Dios crease seres libres sin los peligros inherentes a su creación. Incluso Dios es 'incapaz' de crear una comunidad de personas sin que, de hecho, pueda producirse una situación en la cual el mal se extienda. En otras palabras, Dios no puede crear algo independiente y mantener el control completo sobre ello o limitarlo.

El problema del mal hace su aparición junto con el problema de la libertad, incluso cuando no está en juego con claridad una decisión de carácter moral. Por ejemplo, no podemos disponer de agua que sacie nuestra sed pero que no ahogue a la gente. Es imposible tener un fuego que caliente nuestros hogares pero que no abrase nuestra piel. Tampoco es posible para Dios crear mentes que sean libres y que no tengan la posibilidad del mal. Esto no es lo mismo que decir que la creación requiera el mal, sino que lo que afirmamos es la idea de que es absurdo esperar de Dios que haga unas criaturas que carezcan de las características y las posibilidades de ambos, el bien y el mal.
(Basado en Howard Mumma, El existencialismo hastiado, Voz de Papel, Madrid 2000, pp. 152s.)
La Teodicea nace como un intento de justificar la existencia de Dios frente al problema del mal. El primero en plantear la existencia de Dios desde esta perspectiva fue Leibniz. A lo largo de la historia de la filosofía la cuestión ha ido enriqueciéndose y los autores que han intervenido en el debate son numerosos. Para estudiar la cuestión desde una perspectiva clásica ver: Journet, Charles, El mal, Rialp, Madrid 1965. En cambio, si se desea profundizar en la discusión más reciente, se puede acudir a Plantinga, autor cuyo pensamiento ha sido recogido en un libro que él mismo prologa: Conesa, Francisco, Dios y el mal: La defensa del teísmo frente al problema del mal según Alvin Plantinga, Eunsa, Pamplona 1996.
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# 41 SUF - El sentido de la vida - Categoría: Sufrimiento & BIB - El sentido de la vida - Categoría: Bibliografía

lunes, enero 08, 2007

La verdad os hará libres (y II)

Continuación de servicio anterior

... ¿Con qué resultado?

Bien, al parecer nunca el hombre se ha sentido menos libre que en los tiempos que corren. Ha roto todos los lazos que le unían a Dios y le obligaban con él, pero se ha esclavizado hasta extremos re­pugnantes, hasta extremos tales como justificar el uso de las drogas como pro­cedimiento de liberación, la perversión sexual como una ruptura de limitaciones y la trasgresión de las leyes de la natu­raleza como una conquista del hombre. Se opone la autoridad a la libertad como si fueran dos contrarios incompatibles, se abomina de todo orden, de toda disci­plina, como si el orden y la disciplina y la obediencia no pudieran ser el resulta­do de una libertad bien vivida, algo que se asume libremente, conscientemente, deliberadamente. Una mentira diabólica -el demonio es «mentiroso y padre de la mentira. No hay verdad en él»- em­papa las mentes y las oscurece; es como una nube espesa que oculta la verdad, la desfigura, la entorpece, la suplanta.

En el fondo de esta nota característica de nuestro tiempo hay un orgullo malsa­no, ese tipo de orgullo que ha llevado a diagnosticar la muerte de Dios y la ma­durez de la humanidad. La humanidad ha alcanzado la madurez y ya no necesita un Padre. Pero tampoco esto es un ade­lanto, sino una regresión:

Se descubre también la ira de Dios, que descarga del cielo sobre toda la impiedad e injusticia de aquellos hombres que tienen apri­sionada injustamente la verdad de Dios, puesto que ellos han reconoci­do claramente lo que se puede cono­cer de Dios. Porque Dios se ha ma­nifestado. En efecto, las perfeccio­nes invisibles de Dios, aun su eterno poder y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas; y así, ta­les hombres no tienen disculpa. Por­que habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le die­ron gracias; sino que devanearon en sus discursos y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas, y mien­tras que se jactaban de sabios, pasa­ron a ser unos necios, hasta llegar a transferir a un simulacro en imagen de hombre corruptible, y a figuras de aves y de bestias cuadrúpedas y de serpientes, el honor debido sola­mente a Dios incorruptible.

Por lo cual, Dios los abandonó a los deseos de su corazón, a los vicios de la impureza, en tanto grado que deshonraron ellos mismos sus pro­pios cuerpos. Ellos, que habían co­locado la mentira en lugar de la ver­dad de Dios, dando culto y sirvien­do a las criaturas en lugar de ado­rar al Creador, el cual es bendito por todos los siglos, amén. Por eso los entregó Dios a pasiones infames. Pues sus mismas mujeres invirtie­ron el uso natural en el que es con­trario a la naturaleza. Del mismo modo, también los varones, dese­chando el uso natural de la hembra, se abrasaron en amores brutales de unos con otros, cometiendo torpe­zas nefandas varones con varones, y recibiendo en sí mismos la paga me­recida de su obcecación. Pues como no quisieron reconocer a Dios, Dios los entregó a un réprobo sentido, de suerte que han hecho acciones indig­nas, quedando atestados de toda suerte de iniquidad, de malicia, de fornicación, de avaricia, de perver­sidad; llenos de envidia, homicidas, pendencieros, fraudulentos, malig­nos, chismosos, infamadores, ene­migos de Dios, ultrajadores, sober­bios, altaneros, inventores de vicios, desobedientes a sus padres, irra­cionales, desgarrados, desamorados, desleales, despiadados. Los cuales, en medio de haber conocido la justi­cia de Dios, no echaron de ver que los que hacen tales cosas son dignos de muerte; y no sólo los que las ha­cen, sino también los que aprueban a los que las hacen (Rom 1, 18-32).

Bien, quizá hoy no se pueda hablar con propiedad de imágenes de bestias cuadrúpedas, aves y serpientes adoradas por el hombre; quizá sean computado­ras u otros logros humanos, acaso sus propias teorías sobre la vida y la muerte, y lo que hay después de la muerte. Pero el panorama no parece muy distinto en cuanto a todo lo demás. No es un signo esperanzador, sino un síntoma grave, que se haya considerado como un gran avance la formulación de los derechos humanos (precisamente al acabar una guerra en la que tantas muestras de in­humanidad se habían dado), tan olvida­dos o en desuso estaban. Y están, me pa­rece a mí.

El mundo, si uno lee los periódicos, pa­rece que lleva camino de convertirse en una verdadera jungla. Y el hombre de hoy, tan maduro y con una libertad ab­soluta, lleva camino de una degradación tal corno jamás la conocieron los siglos, sólo que peor aún, porque antes Cristo, que es la Verdad, no había venido aún. Ahora, en cambio, se le desprecia como a Dios aun cuando sentimentalmente (¿o deliberadamente?) se le admire como hombre, como un buen hombre.

Sólo que el pensamiento del hombre, aunque pueda lograr muchas adhesiones, es impotente contra la realidad. Y la rea­lidad es que Jesucristo es el Hijo de Dios, Dios verdadero, la Verdad total. «Pense­mos lo que sería de nuestra libertad si existiese realmente una verdad, una sola verdad, que midiese todas las demás ver­dades y con cuya falta dejarían de ser verdaderas» (Singrid Undset). Esta ver­dad existe, y en una Verdad viva, y el hombre contemporáneo no la soporta. Esa Verdad es piedra angular y piedra de escándalo, pero la única que puede dar libertad al hombre porque le libera de su propio egoísmo. Pues un hombre no es propiamente libre cuando hace lo que quiere, sino cuando quiere lo que debe, puesto que la libertad no se refiere al hacer, sino al querer. Y hace falta que la voluntad esté muy libre de ataduras para aplicarse al deber que, a veces, no coincide con el gusto, ni con el capricho, ni con la comodidad, ni con el interés. Es esta calidad de la libertad la que da la medida de la hombría, porque un hom­bre que lo sea de verdad hace lo que tie­ne que hacer, con ganas o sin ellas, y ade­más responde de sus actos, pues no hay libertad donde no existe responsabilidad. Ni un niño ni un demente pueden gozar de libertad, porque ninguno de los dos tiene capacidad para usar de la razón y por eso son irresponsables. Y no deja de ser sintomático que hoy en día, cuando en nombre de la libertad se rechaza toda verdad que no sea la verdad científica (pequeñas verdades que no afectan esen­cialmente al ser del hombre, aunque pue­dan destrozarlo o curarlo), las técnicas para eximirle de la responsabilidad de sus actos han llegado a una perfección insospechada.

Un hombre siempre es capaz de decir, en lo más íntimo de su ser, sí o no, quie­ro o no quiero, lo acepto o me rebelo, y eso aun cuando la coacción exterior sea extrema. Y puede hacerlo en virtud del libre albedrío que tiene todo hom­bre por el simple hecho de ser una cria­tura racional, hecho a imagen y seme­janza de Dios. Pero libertad, propia­mente libertad, sólo aquellos que están libres de la servidumbre del pecado la gozan. Personalmente creo mucho más en la libertad de un santo (pensad, por ejemplo, en Santa Teresa o San Francis­co de Asís) capaz de conocer la voluntad de Dios -la verdad-, de querer hacerla y de hacerla a pesar de todo, que en la de cualquier sujeto que se llame libre por el mero hecho de no ser gobernado sino por impulsos ciegos, caprichos in­coherentes o furiosos instintos.

Cuando un hombre no tiene otro víncu­lo que lo ate que su adhesión a Dios -la Suma Verdad-, ese hombre es el más li­bre de todos, porque participa de la ver­dad de Dios y «la verdad no está encade­nada». Es el caso de los santos. Pero no hay cadena más pesada que la del hom­bre inexorablemente solo y sin arraigo, pues «la libertad se convierte en arbitra­riedad o capricho cuando la verdad es re­chazada, porque entonces el egocentris­mo se convierte en norma». Creer que uno es libre porque rompe los manda­mientos de Dios, o porque abofetea al prójimo si le apetece hacerlo, o porque embadurna la casa ajena (nunca la pro­pia) para dejar constancia de su protes­ta, es muestra tan sólo de incapacidad y de mentira, es decir, de esclavitud. ¿O es que el lujurioso, el que se droga, el vio­lento, se hace libre por el mero hecho de romper unas normas? ¿De qué se libe­ra, si es posible saberlo?

Libertad es una palabra grande, una palabra que hoy goza de un prestigio mu­cho mayor que la palabra verdad; pero no se puede dar libertad sin verdad. Por eso nuestra época, que rechaza la verdad en nombre de la libertad, tampoco cono­ce lo que es ser auténticamente libre.

Nunca se ha pecado con más insolencia (siempre, claro está, en nombre de la li­bertad), pero nunca -- a no ser, quizá, en la época que describe San Pablo en su epístola a los romanos- se han sentido los hombres menos libres. Verdadera­mente, el yugo que Dios impone es infi­nitamente más suave y ligero que el que los hombres nos imponemos a nosotros mismos en nombre de la libertad.

En último extremo, la realidad es lo que de verdad cuenta. Si se prescinde de ella, uno acaba estrellándose después de haberse debatido estérilmente. La acep­tación voluntaria de lo que es, la humil­dad de someterse a la ordenación de Dios, de acoger la verdad con todas sus consecuencias, es el único camino para que el hombre se realice en la libertad. En otras palabras: rechazar a Cristo, cualquiera que sea la forma en que el hombre lo haga, es el mejor procedi­miento para convertirse en esclavo de un duro amo, llámese éste ideología, pasión, impulso o lo que sea.

Si yo me atreviera a aconsejaros, os diría a aquellos de vosotros que habéis creído en El, que seguís creyendo en El, que perseveréis en su doctrina, pues en­tonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Y si alguien tiene que transformar este mundo -cosa que, al parecer, os entusiasma-, esos serán los hombres capaces de creer en la verdad y, por ello, de ser verdaderamente libres.


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# 40 GSV - El sentido de la vida - Categoría: General